La persona necesita para sobrevivir completar una cierta dosis de caricias. Es como si en el interior de su Niño hubiese una batería con un polo positivo y otro negativo que necesita mantener una carga para poder funcionar adecuadamente.
La cantidad de caricias necesaria para cada persona variará según su desarrollo y sus características psicológicas, si no cubre sus necesidades mínimas la persona se verá obligada a ser cada vez menos selectiva.
En los primeros 30 meses de vida las caricias positivas de contacto son las que tienen mayor fuerza.
Las caricias incondicionales son más fuertes en relación a la salud emocional, su utilización es válida y oportuna en cualquier marco social.
Las caricias positivas influyen considerablemente en la incentivación general del comportamiento. Una sobredosis de caricias positivas incondicionales vuelve a la persona pasiva e irresponsable.
Las caricias condicionales (tanto positivas como negativas) son necesarias como instrumento para favorecer el aprendizaje, el asentamiento de valores y, en general, todo el proceso de socialización.
El efecto de la caricia es independiente de la intención, una misma caricia puede ser percibida como positiva por una persona y como falsa o negativa por otra, en las mismas circunstancias.
Las caricias orientadoras y descalificadoras pueden servir como orientación y guía del comportamiento.
En la administración de caricias hay que evitar la reiteración y la monotonía, ya que la caricia mecánica se devalúa sola.
En el sistema positivo de conducta se anteponen: Las caricias incondicionales a las condicionales, las positivas a las negativas y las auténticas y espontáneas a las rutinarias o mecánicas.